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Reprogramar la mente

A menudo confundimos las palabras y su significado. Esto puede parecer que no importase mucho, pero es crucial, dado que el lenguaje es el instrumento más poderoso para modificar completamente la percepción de la realidad.

imagen disociacion cognitivaNuestra propia cultura posee importantes desviaciones entre muchos términos y su real significación, dándosele a determinadas palabras acepciones que resultan ser muy superficiales, distorsionadas y, en ocasiones, invertidas, opuestas.

Palabras tan importantes como “amor”, “felicidad” o “libertad”, son a menudo entendidas de una forma tan desviada o reducida, que llegamos incluso a privarnos de la experiencia real de las mismas, vivenciando cosas muy diferentes, lo que crea serios problemas de comprensión y altera nuestra capacidad de discernimiento.

Con frecuencia el gran obstáculo para la corrección de esta condición es que: no solo NO sabemos qué significa realmente una palabra, sino que creemos que sabemos su significado, y además creemos que estamos en lo cierto, sin cuestionar esas creencias (ni la creencia que tenemos acerca de las cosas, ni la creencia de que nuestras creencias son ciertas). Por tanto, confiamos a ciegas, y nos aferramos con temor a cuestionarnos, a menudo muy tercamente, que estamos invariablemente en lo cierto. Siendo así, se divisa muy a lo lejos plantearnos la posibilidad de estar equivocados.

A efectos prácticos, este hecho conduce a muchas personas a sentirse, en algún momento de sus vidas, muy decepcionadas, frustradas, confundidas, ansiosas y/o deprimidas. Han conducido sus vidas fiándose de sus mapas y letreros, convencidas de que son los correctos y, así, se apresuran confiadas a escoger las direcciones que creen adecuadas según esos letreros y atendiendo a las apariencias de que muchas otras personas siguen las mismas señales y, por ello, deben ser correctas; miran los ejemplos que les rodean y operan con las definiciones de las palabras que le han dado otras personas, la sociedad y la educación recibida, creyendo finalmente que les son propias, que son suyas.

Pocas veces las personas desarrollan con suficiente consciencia y libertad sus definiciones y sus conceptos desde el momento en el que, en la más tierna infancia, la gran mayoría de las personas recibimos con imperativa fuerza una creencia base de que es desde fuera que se nos va a decir lo que es verdadero o importante, lo que es necesario obedecer, ignorando o subordinando la propia intuición y discernimiento internos. Con el tiempo, estos recursos internos y la consciencia de ellos pueden quedar afectados, dormidos o silenciados (lo que no significa que no estén o no se puedan recuperar).

¿Qué sucede entonces cuando nos ocurre esto, cuál es la experiencia resultante?

Por poner ejemplos que ayuden a entender el mensaje, la experiencia de esas personas es similar a la de quien condujese un vehículo y, cuando le diera al volante para girar a la izquierda, a menudo y de repente observase cómo el vehículo gira hacia el lado opuesto, haciéndole salir de la vía por la que quería realmente ir. No encajan las intenciones con los resultados.

O también, se puede dar el caso de sentir como quien llevase un vehículo que responde de forma muy precisa a su voluntad, pero siempre que no se salga de un circuito muy definido, cerrado, de lo establecido, y cree tenerlo todo muy bien controlado en tanto que se mueve dentro de ese circuito. Lo lamentable llega tarde o temprano cuando, una vez que llega al lugar supuestamente indicado en el circuito como «meta» (en el que supuestamente hubiera de experimentar el éxito y la felicidad), se da cuenta con horror de que lo que se ha encontrado allí es diferente del lugar al que pensaba que iba a llegar, y lo que experimenta, muy diferente de lo que pensaba que iba a experimentar al llegar allí. Una vez más, no encajan las intenciones con los resultados.

Y es que, como leí del más grande de mis maestros: «Las buenas intenciones son eso, buenas, pero además han de ser sabias para que produzcan buenos resultados».

En un mundo en el que es cada vez más manifiesto que está plagado de superficialidad, falsedad y manipulación ¿Por qué confiamos tanto en las creencias, las apariencias, lo establecido y las convenciones para seguirlas ciegamente a la hora de conducirnos en la vida? Esta reflexión es especialmente importante hacérnosla en momentos difíciles, en los que a pesar de haber creído que sabíamos por dónde íbamos, nos descubrimos perdidos y sin rumbo.

Algunos ejemplos, muy comunes, de términos y posibles desviaciones:

Confundir el amor con el apego temeroso; el sentimiento profundo con la emoción superflua; la sabiduría con la inteligencia y los conocimientos; los valores propios, con la moral impuesta; la espiritualidad con la religión; la humildad con la humillación; el muy necesario carácter, con el prescindible orgullo; la tolerancia con la transigencia; la aceptación con la complicidad; la legítima demanda de sinceridad con la necesidad y la exigencia de control; lo desconocido con el mal; la bondad con la complacencia; el poder con la dominación; la fe con la superstición y el fanatismo; la ciencia con un reducido método materialista; las inspiraciones o revelaciones de la intuición con los impulsos viscerales del instinto; la libertad con la ausencia de responsabilidad y compromiso; la necesaria comprensión con justificarlo todo; la asertividad con el desprecio y la enemistad; el error (principal recurso de aprendizaje) con el fracaso; el dolor con el sufrimiento; la muerte parcial (envejecer, cambiar de vida…) o total (desencarnar) del cuerpo y la mente con el pánico a un final absoluto del ser y la conciencia; ¡Confundir la felicidad con el éxito!… Y un largo etcétera, lo que nos lleva a llenar nuestras vidas de lo segundo, pensando que se trata de lo primero, privándonos de una gran cantidad de experiencias y restringiendo muchísimo la calidad de nuestra existencia.

Cuando un ordenador no ejecuta correctamente los programas y órdenes que se le dan, se reconfigura, reprograma, reinicia o lo que sea necesario hacer con él hasta que quede resuelto el problema. Así podríamos hacer con nuestro ordenador (nunca mejor dicho) personal, nuestras creencias, nuestros programas mentales que funcionan incorrectamente.

Lamentablemente, con frecuencia se hace todo lo contrario, se lucha de una forma tenaz por mantener el funcionamiento erróneo propio y modificar a toda costa la realidad externa, para que sea la vida la que se adapte a nuestra mente y no nuestra mente la que se adapte a la realidad de la vida.

Para alcanzar un pensamiento más verdadero, hemos de tomar conciencia de que no todo lo que reluce es oro, de que es muy necesario dedicar tiempo y energía a la reflexión, abrir nuestra mente a lo nuevo, re-activar nuestros poderosos recursos internos a través de la meditación, y aprender a practicar el arte del discernimiento.

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