¿Has dado tu confianza a una persona y te ha traicionado?
Acabo de leer una frase que dice, literalmente, lo siguiente:
«No entiendo eso de que tú pongas tu confianza en alguien, te traicione, y tú te sientas mal por haber confiado en él. Como si la culpa fuera tuya por haber confiado en él, y no suya por ser un hijo de p**a».
Se comprende humanamente la reacción, pero basar las reflexiones y afirmaciones en el concepto de «culpa» conlleva dirigirse a un callejón sin salida, además de que parece plantear la necesidad de la misma culpa y del «sentirse mal».
La culpa, por comenzar la reflexión, y como muchas veces han dicho muchas personas con otras palabras o parecidas, es un concepto moral, creado por la mente humana. La mente que, con mucha frecuencia, reduce la realidad «a su imagen y semejanza» ¿A imagen y semejanza de qué? Del concepto que tiene de la realidad, que viene a ser, por ejemplo de cosas que han sucedido, como reducir el universo a algo que gira alrededor de la Tierra, con las fehacientes y reafirmantes pruebas de que uno, aquí, puede percibir claramente que la Tierra es inmóvil, y además la prueba irrefutable de que veo el sol salir, concretamente (fíjate qué listo soy) por el este, y ponerse por el oeste… una tierra, por cierto, además, obviamente plana y que acaba en finisterre, con las fehacientes pruebas de que se ve claramente cómo, a cierta distancia en el mar, hay una línea en donde se ve, como siempre muy claramente, que ahí todo acaba, en un abismo…
La culpa, con pruebas de su existencia tan claras como la inmovilidad o la planicie terrestre, te aparenta servir, y te vale para aparentemente desahogarte (aparentemente porque es como el tabaco, aunque al principio alivie, cuanto más te alivias más caes en ese vicio; cuanto más culpas, más necesidad sientes de hacerlo, y más te apetece después) y también te justifica para hacer algo que supone la «humildad» de erigirte en el lugar, poco menos que reservado a los dioses y jueces superiores: castigar al culpable.
Pero ¿y después qué queda? Tu odio y tu rencor, más su odio y su rencor. Entonces, ante un mal, se ha respondido con un mal mayor. Esta es la prueba que me puede llevar a comprender que lo sucedido tiene un valor, y que no fue por casualidad, ya que hay mucho que extraer, que aprender y que desarrollar, que se pone en evidencia ante la presencia inestimable de una situación así y mi forma de reaccionar.
Y puestos entonces a reflexionar: ¿En qué somos mejores nosotros de quienes juzgamos que nos dañan, cuando nosotros dañamos y nos dañamos a renglón seguido, a veces mucho más y durante mucho más tiempo? Creando además una onda de rencor, un discurso de odio y rencor que en principio dirigimos hacia ese ser, pero que alcanza en una onda expansiva a tantas personas a nuestro alrededor, que resulta difícil calcular el número de personas que se ven manchadas de nuestra negatividad y amargura existencial.
La responsabilidad es propia, y tampoco se trata de «sentirse mal con uno mismo, por tener la culpa, por haber confiado», sino en probablemente asumir con madurez la responsabilidad del error de precipitarse en confiar.
Ahondando y profundizando, quizá podamos reconocer que, probablemente, tuvimos señales suficientes que indicaban la poca conveniencia de confiar de ese modo, pero que teníamos un deseo fuera de nuestro control en ese momento, y ese deseo tenía mucho que ver con lo que creíamos que íbamos a conseguir escogiendo el atajo de confiar de esa forma y que, por tanto, en una muy elevada medida, lo que nos llevó a confiar, contra todo buen uso de la razón, fue eso: nuestro deseo, fuera de control.
Reconocer esto nos compromete a asumir la profunda responsabilidad de que nuestro poco control sobre nuestros deseos puede producir que nosotros mismos abusemos de nosotros para emprender proyectos de altísimo riesgo que terminan con frecuencia en decepción y sufrimiento.
Y que cuando entramos en este tipo de patrón de conducta, no solo no atendemos las señales iniciales que nos advierten de nuestra falta de reflexión, sino que durante el proceso, una y otra vez, desoímos toda señal que nos advierta de esto, incluso la señal más clara que existe en la naturaleza: el dolor.
Si nos aferramos y apegamos con tanta fuerza a nuestros deseos fuera de control, no nos permitimos atender a nada, ni a nadie, que nos aleje de nuestra terquedad, de nuestro irrefrenable deseo, que es en última instancia el verdadero causante de que hayamos cometido actos como el de regalar sin cautela nuestra confianza.
Pongamos una altura superior en el caso, pongamos que realmente la otra parte fue tan activamente hábil en el arte del engaño y del camuflaje, de la estafa y la manipulación, que se puede decir que se ha dado el caso de que tú eres una persona reflexiva y que pone atención y que a pesar de ello alguien pudo burlar completamente tus razonables medidas de seguridad.
Entonces, considérate una persona afortunada al concluir tu experiencia, puedes decir que has tenido una vivencia altamente capacitadora, que has podido adquirir una nueva y más profunda sabiduría, que estás más preparado/a para vivir esta vida REAL, no tu antiguo concepto de vida «moral», la cual solo existía en tu mente, aunque siempre has podido ver muchas señales de que este cuento ingenuo no se correspondía con la realidad, pensabas que esto nunca pudiera sucederte a ti. Pero ahora ya has salido de tu error, lo has sentido, en tus propias carnes, lo has vivido, lo has pasado por tu corazón, y has reforzado todo tu sistema inmunológico, haciéndote mucho más fuerte. Y que además ahora tienes una excelente oportunidad de gestionar tus emociones y de demostrarte si eres capaz de ser feliz, aquí y ahora, en la vida real, o si tan solo aspiras a de nuevo creerte que eres feliz, fabricando ilusiones (y pasar a sentirte la persona más injustamente desgraciada del mundo cuando llegan, tarde o temprano, las inevitables des-ilusiones).