Mucho se ha venido a decir que la gente buena siempre tiene mala suerte, y que los malos siempre se salen con la suya.
Esto es una apreciación superficial basada en que, a corto plazo, es más difícil ver las malas consecuencias que le acarrean sus actos a la persona que escoge hacer el mal.
Si lo meditamos bien, es muy raro que alguien que elija hacer el mal lo haga por el gusto de hacer el mal. Normalmente lo hace porque obtiene una ventaja con ello, y el precio que está dispuesto/a a pagar por obtener esa ventaja es ese: obrar mal. Por lo tanto, no es una especie de injusticia divina, sino que es bastante lógico que habitualmente «le vaya bien» a quien elige hacer el mal. Precisamente para eso lo hace.
No estoy refiriéndome a la moralidad cuando hablo de el bien o el mal, no tengo la más mínima intención de elaborar un decálogo de comportamiento, ni de adherirme a ningún dogma, código moral o mandamientos. Sino que simplemente y exclusivamente me refiero a obrar en nuestras relaciones (con el mundo, la naturaleza y las demás personas) con honestidad o con falsedad, con verdad o con manipulación. Respetando a los demás, fruto de darles la verdad como motivación principal (aun cuando por supuesto nos podemos equivocar), o deliberadamente obrar confundiendo a otras personas, distorsionando la realidad, siempre con la finalidad de obtener un beneficio propio en provecho de esa confusión y falsedad, lo que conlleva una falta de respeto, como he mencionado, pero además, si consigue sus fines, un abuso, una consecución ilegítima de sus intereses basada en «trampas».
Ciertamente, repito, muy a menudo quienes eligen hacer el mal consiguen sus propósitos. Si no, ¿en base a qué iban a obrar mal, por el gusto de hacerlo mal? Obviamente, no. Es algo que hacen así porque no perciben que tienen lo que se requiere tener para poder llegar de otra forma más legítima a sus objetivos, o también podríamos decir que carecen del desapego, de la libertad suficiente, para poder renunciar o controlar su deseo de alcanzar lo que ambicionan y están dispuestos/as a lo que sea por sucumbir a ese apego, a esa esclavitud y dependencia, a esa necesidad adictiva de satisfacer sus deseos egoistas. Esto les hace percibir como una necesidad para esas personas actuar así. También hay ocasiones en las que realmente una persona puede verse forzada a recurrir a la falsedad, en situaciones en las que corre peligro, o lo requiere para su supervivencia, o situaciones que son extremadamente complejas y difíciles. No pretendo aplicar un dogma absoluto, ni fanatizar acerca del «bien y el mal».
«En el pecado está la penitencia». Esta forma de obrar, cuando se convierte en sistemática, refleja una vida interior llena de ilusiones, de falsedad, ambición, confusión, de una gran falta de libertad… quien así obra, no puede experimentar plenitud real, por más que aparentemente le pueda parecer que se encuentra satisfecho/a, desconoce la plenitud de una vida sustentada en valores, y cree muy ilusoriamente que así va a alcanzar, o que ha alcanzado, la cima. Tanto más alta sea su creencia de alcanzar la cima y tanto más alta sea esa cima, tanto más dura podrá ser en cualquier momento la caida. Por otra parte, saber que ha llegado con trampas allí, intuir en el fondo que esto es así, le genera una vida de muy poca calidad a esta persona, que sabe que, en cualquier momento, todo se le puede venir abajo y caer en la desgracia, que será proporcional al tamaño de sus trampas y sus abusos, además de cargar con profundos conflictos de conciencia. Y a esto le llaman a menudo «éxito».
El verdadero éxito no consiste en tener todo lo que quieres, ni en hacer todo lo que quieres, sino en ser feliz, en libertad: felicidad incondicional. Poder ser feliz en la fortuna y en la pérdida, en la fama y en la impopularidad, en la alabanza y en el insulto. Esto puede llegar a darse en el ser humano en base a que posee el más preciado bien que se puede procurar, muy por encima de toda ambición personal: a sí mismo, su propio Amor, y la fe (no hablo de la fe ciega) en quien realmente Es (más allá de las apariencias, siempre cambiantes), fruto de tomar contacto frecuente con su verdadera naturaleza y de escoger obrar en base a ella y no en base a una ilusión superficial.
Por lo tanto, apreciar que a una persona le va bien o mal en base a que consigue sus deseos, independientemente de la forma con la que los consiga, es realizar un análisis muy superficial, una observación muy aparente, que no sólo no nos permite llegar al corazón de la realidad de qué es lo que nos procura verdadera felicidad, sino que por el contrario, nos tienta a seguir esos anti-ejemplos, llenándonos a su vez de deseos, de infelicidad y temor a corto, medio o largo plazo, o bien nos podría ocurrir también que, negándonos a obrar mal, pero no viendo la realidad en profundidad, en lugar de llenarnos de compasión por las personas tan desgraciadas que obran de esta forma haciéndose tanto daño a sí mismas y a los demás, no veamos más allá de esos «aparentes beneficios» que obtienen estas personas, pareciéndonos indignante e injusto que «les vaya tan bien», llenándonos de negatividad y también, sin quererlo, de falsedad: de odio, rencor, ira, celos, envidia, hacia estas personas y respecto de estas situaciones, lo que no contribuye a erradicar este obrar, sino que al contrario, lo refuerza y le lleva a hacerse más y más refinado, sofisticado y peligroso. Es como combatir las bacterias con antibióticos en lugar de con limpieza: el resultado a medio y largo plazo es la contribución a la creación de super-bacterias más resistentes a nuestras armas de combate.
Aprender a poner límites procurando no dañar innecesariamente, sin perder la propia paz y equilibrio, desde la comprensión, la compasión… y por supuesto desde la responsabilidad, si se ha de tomar alguna determinación, incluso por dura que pueda llegar a ser para quienes han obrado mal, pero libres del odio, del rencor, de los celos, de la ira, de la envidia.
Solo libres interiormente, podremos liberarnos exteriormente, y contribuir a la liberación humana de la falsedad.