Puede ser cierto que el mundo no esté cambiando tanto ni tan rápido como pensaba o deseaba. Pero cada vez más personas están haciendo cambios, quizá pequeños, pero constantes y profundos, en el lugar más importante: en sí mismas.
Esto es la verdadera semilla de un cambio real ahí fuera. Me parece muy positivo y tomar conciencia de ello acalla una cierta inercia quejosa y negativa de mi mente.
En la calma de la reflexión más contemplativa, siento que todo fue, es y será siempre mucho más perfecto que lo que mi mente estrecha, limitada (pero soberbia), tienda a proyectar o desear.
Todo está bien, todo tiene su lugar; cuando no encuentro nada en su lugar, quizá quien no está en su lugar no es otra cosa que yo, puesto que la responsabilidad de que las personas ocupen su lugar está en esas mismas personas, no en mí, ni mucho menos en mi exigencia o queja permanente de que ocupen el lugar que (mi mente piensa que) deben ocupar.
En la práctica, este proceder resulta absolutamente estéril, por mucho que me llene de razones inapelables de que eso que yo exijo es lo que tiene que ser, para el bien de toda la humanidad, y lo grite orgulloso a los cuatro vientos. Juzgar desde arriba, desde una resguardada torre de marfil, pretendiendo que cambie el mundo para mí, para entonces así poder yo descender de mi refugio armado y ocupar un lugar más cómodo y confortable en este mundo, es un acto de inconsciencia que obvia que tantos otros como yo, actuando como yo, damos lugar a esta situación que deseo que cambie.
Mi verdadera responsabilidad, intuyo, está en: vivir desde ya, sin esperar más, bajar de esa torre y entrar en relación directa y real con el mundo, y saber ocupar el lugar que me corresponde vivir, encajando a las personas y las cosas tal cual son en cada instante, haciendo los cambios precisos en mí mismo sin esperar nada, de nada, ni de nadie, aunque esos cambios supongan un reto para mí e impliquen un verdadero esfuerzo personal.
Que yo no sepa ocupar mi lugar, encajando con alegría y capacidad de cambio este escenario en el que vivo y represento mi papel, puede ser, a efectos profundos, lo que justifica la existencia de ese mismo escenario del que tanto me quejo. Sirve entonces, sin duda, de gran utilidad para estimularme y motivarme a cambiar, mucho más de lo que serviría la implantación automática de mi propuesta de un mundo ideal. Aquello de lo que más me quejo puede ser el gran tesoro que puede despertar los más hermosos cambios interiores en mí mismo.
Si quiero cambiar el mundo, desde este punto de vista, lo más rápido y efectivo será mi propio cambio, en primer lugar.
Dijo un sabio conocido por casi todas las personas: «Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo».
Y quizá no es necesario (ni excluyente tampoco, claro) que haga magistrales declaraciones, pomposos actos multitudinarios, ni mucho menos que levante un nuevo y enorme castillo que muestre mi grandeza y éxito personal… quizá tan solo es suficiente con que mi corazón sonría, cada día, de verdad.